La revolución rusa
La revolución de febrero de 1917 derrocó al gobierno zarista, cuya gestión de la guerra era catastrófica, y que había perdido el prestigio místico con que el Zar se presentaba como padrecito del pueblo. Un conjunto de partidos burgueses y socialdemócratas (mencheviques, eseritas, etc.) liderados por Kerenski pretendió construir un estado democrático que mantuviera el esfuerzo bélico junto a los aliados occidentales (Gobierno Provisional Ruso). La situación bélica, económica y social no hizo más que empeorar en los siguientes meses. La rocambolesca llegada de Lenin inició la estrategia insurreccional bolchevique que llegó al poder con la revolución de octubre (Asalto al Palacio de Invierno, 25 de octubre según el calendario ortodoxo). El poder soviético ignoraba la representación electoral y las libertades, despreciadas por burguesas en beneficio de las asambleas de soldados y obreros que tomaban las fábricas y las unidades militares.
El Tratado de Brest-Litovsk (3 de marzo de 1918) supuso el final de la guerra con Alemania y la renuncia a una gran extensión de territorio (Polonia, Ucrania, Báltico), pero no trajo la paz, puesto que continuaron las hostilidades, ahora como guerra civil rusa entre el ejército rojo, liderado por Trotski y el ejército blanco, controlado por oficiales zaristas y financiado tras el final de la guerra por las potencias vencedores. Al mismo tiempo se fue implementando el programa social y económico del comunismo de guerra, que suponía la colectivización de tierras y fábricas, que pasaron a ser controladas por instituciones (cuyos nombres pasaron a convertirse en míticos para el imaginario obrero de todo el mundo: soviet, koljós, sovjós, etc.) teóricamente asamblearias pero fuertemente controladas desde la cúspide por el Partido (que pasará a llamarse comunista, y el estado Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). Al igual que había ocurrido durante la fase más exaltada de la Revolución francesa, se produjeron matanzas masivas (por ejecuciones o como consecuencia de las deportaciones) y la salida al extranjero de un gran número de exiliados.
La victoria del ejército rojo consiguió incluso la recuperación de buena parte del territorio cedido en Brest-Litovsk (guerra Polaco-Soviética, 1919-1921). Con el asentamiento de las fronteras se inició una fase de moderación del proceso revolucionario dirigida por el propio Lenin (Nueva Política Económica, NEP) en la que se consintió la reconstrucción de empresas privadas y la recuperación de la figura del campesino enriquecido (kulak).
Las luchas de poder entre Trotski y Stalin, partidario el primero de la extensión del proceso revolucionario a otros países (revolución permanente) y el segundo de la construcción del socialismo en un solo país, comenzaron durante la agonía de Lenin (1924) y terminaron cinco años después con la victoria de Stalin, que inició una época de purgas con la eliminación de los trotskistas (XV congreso, 1929), en una intensificación de la represión política que acabó con toda oposición o crítica a su poder personal (Bujarin, oposición de derecha), originando un verdadero culto a la personalidad dentro de un sistema totalitario: el estalinismo. La colectivización recibió un impulso definitivo, sustituyendo la liberalización de la NEP por los planes quinquenales a cargo de un GOSPLAN que centralizaba la totalidad del proceso productivo sin intervención del mercado, decidiendo burocráticamente qué debía producirse, dónde y por quién, y dónde y quién debía consumirlo. Se estimuló el trabajo voluntario a través de la emulación (estajanovismo), aplazando cualquier reivindicación de mejora de condiciones de vida o trabajo para los obreros en cuyo nombre se decía estar construyendo la sociedad comunista, y relegando la producción de bienes de consumo en beneficio de la industria pesada. La Tercera Internacional (Komintern o internacional comunista, que se había creado en 1919) utilizó la disciplinada labor de los partidos comunistas de todos los países del mundo en función de los intereses del régimen soviético. Cualquier desviacionismo detectado, incluso el más inverosímil e imaginario (desde el aburguesamiento a la traición), era advertido al propio afectado, que se veía obligado a ejercer sobre sí mismo la autocrítica y a aceptar la sanción de la justicia revolucionaria.