Unificaciones de Alemania e Italia


Previamente, en 1864, se había iniciado una serie de guerras, cuidadosamente diseñadas desde la cancillería prusiana por Otto von Bismarck, que impuso su visión de una pequeña Alemania frente a la posibilidad alternativa: una gran Alemania que incluyera a su rival, la monarquía austriaca. La fuerte personalidad del canciller de hierro era expresión de los intereses sociales de la clase terrateniente prusiana (junkers), comprometida con el peculiar desarrollo industrializador y la unidad de mercado que se venían desarrollando desde la Zollverein (unión aduanera de 1834) y la extensión de los ferrocarriles. Con la victoria de la coalición de estados alemanes en la Guerra Franco-Prusiana (1871) se llegó a la proclamación del Segundo Reich con el rey de Prusia Guillermo I como káiser. En 1859 se había iniciado un diseño unificador similar para Italia desde el Reino de Piamonte-Cerdeña, en el que destacaron las iniciativas del Conde de Cavour y el decisivo apoyo francés frente a Austria. Las románticas campañas de Garibaldi plantearon una dimensión popular que fue neutralizada por las élites dirigentes (burguesía industrial y financiera del norte y aristocracia terrateniente del sur). Para 1864 solo quedaba la ciudad de Roma, último reducto de los Estados Pontificios cuya continuidad quedaba garantizada por el compromiso personal de Napoleón III de Francia. La caída de este en 1871 permitió la anexión final, convirtiendo al Papa Pío IX en el prisionero del Vaticano. El papado, que había condenado al liberalismo como pecado,48 mantuvo esa incómoda situación con el Reino de Italia y la Casa de Saboya (considerada la más liberal de las casas reinantes en Europa) hasta el Tratado de Letrán, negociado con la Italia fascista de Mussolini en 1929.